Todos sabemos que el ciprés es el protagonista de la mayoría de los jardines, pero también es el árbol más común en la mayoría de los cementerios de los países mediterráneos.
Este hecho se relaciona con uno de los más hermosos mitos griegos, recogido en la obra Las Metamorfosis, del poeta romano Ovidio.
La leyenda versa sobre Febo Apolo, su joven amante Cipariso y el ciervo sagrado de las ninfas de la isla de Quíos.
El joven Cipariso tomó como mascota a este animal excepcional, de piel blanca como la nieve y cornamenta de oro, en cuyo cuello brillaban piedras preciosas engarzadas en medallones de oro, y guirnaldas de flores tejidas por las dríades de los bosques de Cartea. El ciervo era un animal manso, confiado, con el que el joven efebo disfrutaba jugando y recorriendo los campos.
Apolo había regalado a Cipariso una jabalina de oro con la que solía acompañarle en sus cacerías y un fatídico día, intuyendo la presencia de una presa agazapada entre el ramaje, arrojó el arma que, desgraciadamente, alcanzó al ciervo hiriéndole de muerte.
Abatido e inconsolable, Cipariso pidió al dios que le arrebatara la vida y le permitiera acompañar al animal en su funesto viaje, o bien le permitiera llorarle eternamente desde aquello prados.
Apolo accedió a sus súplicas y transformó al joven en un alargado árbol, que posibilitara al alma del joven acercarse lo máximo posible al cielo, añadiendo:” Llevaré luto por ti,
tú lo llevarás por los demás y les acompañarás en su dolor”.
Desde entonces, la planta se relaciona con el entorno funerario y está presente en todos los camposantos uniendo el cielo con la tierra, comunicándonos con nuestros familiares perdidos. De hecho, desde época romana era común plantar un ciprés al pie de cada sepulcro.
Su longevidad, su naturaleza inquebrantable y resistente que muchos creían inmortal, y la posterior asociación de este árbol a Plutón, dios del inframundo, afianzaron este uso del ciprés como árbol ornamental del jardín de nuestra última morada.